martes, 30 de agosto de 2011

VIDAS CRUZADAS. Capítulo III - Amistades tóxicas (astronautas)


I. Plano secuencia.

Entonces, los viernes, el tiempo se aceleraba. Nos montábamos a lomos de caballos desbocados camino de un precipicio infinito. Por suerte siempre lográbamos frenar a tiempo.

La secuencia se repetía viernes tras viernes, con variaciones mínimas. Éramos malos actores repitiendo una y otra vez el mismo guión.

Cañas. Raciones de higaditos. A mí una pinta y a mí una Judas. Pon dos Judas más. Y otra de higaditos. Más cañas. Una guinness y otra por aquí. En la calle anochecía y el frío nos llegaba lejano a través del cristal esmerilado.

Habrá que pillar algo.

Colas es los servicios. Ojos desorbitados. Bailes espasmódicos. Risas enlatadas.

Los nombres de los clubs que se antojaban lugares mitológicos en los que todo era posible. Danzoo, Deep, Opium, Cool, Weekend, One. A bañarnos en éxtasis, a bailarnos en éxtasis, a besarnos en éxtasis.

Atravesábamos la pista de baile como astronautas en un planeta lejano y desconocido. Podíamos oír nuestra propia respiración, empañando el cristal de nuestra escafandra lunar y paranoica. Acompasábamos nuestra respiración agitada a los ritmos frenéticos que escupían los altavoces a volumen atronador, observábamos desde detrás de nuestra escafandra los rostros desencajados de los muchachitos musculados sin darnos cuenta de que eran espejos que reflejaban nuestros propios rostros desencajados.

II. Lo que viene después.

Yo ya he visto como acaba esta fiesta. Lo he vivido otras veces: cuerpos desmembrados tirados por los sofás (soldaditos heridos en el campo de batalla, que arrastrando su cuerpos maltrechos han dado con sus huesos doloridos en una trinchera amiga, y ahora cierran los ojos a la espera de ver aparecer las cofias de la cruz roja) Montañas de pañuelos de papel sobre la mesa, bocas resecas, porros malhechos que pasan de mano en mano consumiéndose. Movimientos que simulan ser caricias, y que no son más que tics repetitivos para intentar apaciguar, con su mecánica ritma y pausada, el corazón desbocado.

Lo he visto tantas veces, lo he vivido tantas veces. Ya ni la resaca me sorprende, aún siendo cada día más brutal.

Y la tristeza que lo mancha todo. Una tristeza extraña, distinta a todas las demás. Una desazón que te va mordisqueando poquito a poco y se instala en la boca del estómago, para mandarte náuseas de manera regular.

Tú sabes que todo es producto de la cerveza y de las drogas adulteradas y del whisky de garrafón. Sabes que todo es momentáneo, pasajero. Pero en esos instantes la tristeza, la decadencia sin ningún atractivo, los remordimientos estúpidos y atávicos, gobiernan muy por encima de cualquier razón. Sí, todo pasará, mañana esto será un mal recuerdo. Pero ahora mismo preferiría estar muerto.


III. Making-off

Así eran nuestros fines de semana. Jota y yo, yo y Jota. Dos astronautas que dejaban sus huellas monstruosas por las pistas de baile, que bailábamos varios metros por encima del suelo porque la gravedad hacía tiempo que había dejado de afectarnos. Así éramos hasta que Jota conoció a aquella chica. Era mona, con un peinado extraño, como antiguo. Siempre llevaba un abrigo rojo. Fue conocerla y olvidarse de nuestros paseos lunares, nuestros extasiados bailes, nuestros domingos arrastrados. Ya solo bailaba para ella. Hace unos días me llamo. Ella le ha dejado. Simplemente quedaron en un bar del centro y le dijo adiós. Se le veía jodido pero con ganas de volver a coger el viejo traje de astronauta y salir a plantar nuestra bandera en planetas desconocidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario