viernes, 8 de julio de 2011

DIME QUIEN SOY, de Julia Navarro (o el secreto de los best sellers)



Cuando terminé el libro y pensé en publicar una entrada en el blog sobre él, todo lo que pensaba que podía decir me llevaba por conexiones extrañas a una canción de Siniestro Total. En realidad no es de Siniestro Total, sino de un desconocido grupo gallego llamado Moncho e mailos Sapoconchos, pero fue Siniestro quien la popularizó un poco. La canción se llama “La Cultura Popular” y la letra dice lo siguiente:

El bien siempre triunfa sobre el mal. El crimen nunca compensa al criminal.

¡Cuidado! A veces engañan las apariencias: el guapo suele ser casi siempre un bellaco al final.

La Cultura Popular, la Cultura Popular y los Mass Media

convierten a Beethoven en algo fácil de silbar.

La Cultura Popular, Cultura Popular: ¡ad mass!

la Cultura Popular, la Cultura Popular y los Mass Media

elevan lo mediocre a lo más alto del altar. Y hay que aspirar a más

¡Hay que sentir en vez de consumir!

La Cultura Popular, Cultura Popular: ¡ad mass!

Tenemos que reconocer que dentro de muchos de nosotros habita un pequeño snob que tiende a despreciar lo masivo, lo conocido. Ese ridículo gafa pasta que vive dentro de nosotros y que busca la novedad, lo desconocido, lo marginal.

Pero una cosa es cierta, y es algo que refleja muy bien la letra de la canción, y es que siempre ha habido una diferenciación entre alta cultura y baja cultura. Obras sesudas y minoritarias que apenas venden unos cuantos ejemplares frente a obras vulgares que copan la lista de ventas.

El libro de Julia Otero representa muy bien esta diferenciación. El libro está mal escrito (bajo mi punto de vista) Es un libro exprés: personajes que se describen en una frase, malos muy malos y buenos buenísimos. Todo es despachado a la velocidad de la luz. No en vano la historia abarca más de medio siglo de historia. Guerra civil española, segunda guerra mundial, guerra fría y la caída del muro de Berlín. Todo a la velocidad de la luz. Dos frases y punto y aparte. Todo a la velocidad de la luz. No hay tiempo para describir ciudades (y aparecen unas cuantas: Madrid, Berlín, Londres, París, Buenos Aires, Varsovia, Roma… casi todas las capitales del mundo aparecen) Apenas el nombre de una calle o de una cafetería y poco más. No hay tiempo. Hay que seguir la historia, no nos podemos detener en nimiedades. El problema es que la buena literatura, al menos para mí, es la que se detiene en los detalles, la que te hace viajar al París de entreguerras de tal manera que sientas que estás en esas calles. Los viajes que se realizan en este libro son de atlas, poner un dedo en el mapa y decidir que los personajes viajan allí.

Y siendo cierto todo esto, mi pregunta es ¿por qué he devorado el libro en apenas tres días? ¿Cuál es el secreto de este tipo de libros, los llamados best sellers? ¿Por qué siendo consciente de que me encontraba ante una obra de una calidad literaria pésima seguía teniendo la necesidad de leer? La respuesta es difícil. Pero algunas pistas sí que puedo dar. El ritmo frenético hace que las hojas pasen volando. Apenas hay descripciones, apenas conocemos a los personajes, todo es acción. Como esas películas palomiteras que llenan las salas de cine (y no creo que sea casualidad el hecho de que en esas películas tan taquilleras se supedite todo al ritmo) Pero hay algo más. Consumimos literatura como comemos: a todos nos gusta ir de vez en cuando a McDonald’s. Es rápido y es cómodo. Sabemos que los ingredientes seguramente no sean los más frescos del mercado, pero a nosotros nos sabe bien. Sabemos que seguramente no sea la comida más sana del mundo, pero nos permite comer por un precio razonable y sin muchas preocupaciones. Los best sellers literarios son como comida rápida: no nos demandan un gran esfuerzo intelectual, simple entretenimiento, historias que seguramente no dejen ningún poso en nosotros (como tampoco nos acordamos de aquella hamburguesa que nos comimos hace tres años en el McDonald’s) pero que durante el tiempo en que estamos inmersos en ella nos permite olvidarnos de otras cosas. Ese es el secreto, creo, de los best sellers: historias manufacturadas no para perdurar, sino para entretener. El problema es que una vez terminado de leer, surge la inevitable pregunta: ¿es eso literatura?