jueves, 30 de junio de 2011

CREMATORIO, de Rafael Chirbes




Esperas un thriller y te encuentras una vomitona. Esperas violencia y apenas salpican unas gotitas de sangre a lo largo de las más de cuatrocientas páginas. Esperas mafiosos rusos con el cuello cubierto de oro, constructores sin escrúpulos que se comen a los niños si pueden sacar algún terreno de ello, nuevos ricos horteras con coches caros, políticos corruptos, matones a sueldo, prostitutas sin dientes. Y de todo ello hay un poco en la novela de Chirbes. Pero de una manera ligera, apenas un soplido, leves referencias. Sabes que hay un olor fétido que rodea a todos los personajes, pero jamás llegas a percibirlo totalmente. Porque Crematorio es un arroyo desbordado, uno de esos riachuelos sin importancia que crecen por la gota fría en el otoño valenciano y se llevan por delante todo lo que pillan. Una vomitona incontrolable. Un ajuste de cuentas continuo y prácticamente interminable. Ajustando cuentas con la literatura, con la vida, con la familia, con el arte, con la costa, con el sol ponzoñoso que nos calcina la sonrisa, con el mar sucio que baña costas cubiertas de hormigón. Ajuste de cuentas con las generaciones perdidas, con los que hicieron la revolución y con los que solo la vieron pasar; con los que luego se sentaron en las poltronas del poder y se acomodaron tanto que se durmieron. Un ajuste de cuentas a un país, este en el que vivimos, sin cura ni enfermedad definida. O mejor aún, con tantas enfermedades encimas que curando una complicamos la otra. España con SIDA, con el sistema inmunológico hecho mierda desde hace demasiados años.

Seamos sinceros: Crematorio no es una novela. Es una sucesión de monólogos torrenciales puestos en boca de distintos personajes. Es un maratón de palabras. Sin puntos y aparte, con pequeños respiros (coma, punto y coma, punto seguido) como avituallamiento necesario para seguir corriendo bajo el sol, signos de puntuación como plátanos repletos de potasio, la energía necesaria para volver a sumergirnos. Signos de puntuación como la bombona de oxígeno del buzo que baja a buscar tesoros. Porque Crematorio es maratón y es inmersión, sumergirse en la mente de los personajes, bucear por sus recuerdos, por sus pensamientos. Las palabras apenas tienen importancia, lo que dicen es mucho menos importante que lo piensan (como ocurre casi siempre) Bucear por entre los escombros de un barco hundido, un galeón español atacado por piratas. Encontrar maderas hinchadas. Sorprenderte de pronto por la luminosidad opaca de alguna joya olvidada. Eso es Crematorio: correr y nadar. Un triatlón literario a cuya meta llegas con la lengua fuera pero con la autoestima por las nubes. Llegar al párrafo final y sentir que has aprendido algo. Que de momento no sabes precisar bien que es lo que has aprendido, pero algo ha quedado seguro.

Volvamos a ser sinceros: me cae bien Rubén Bertomeu, el protagonista de la novela. Ahora estoy viendo la serie de televisión (mucho más cercana a lo esperado, al thriller de acción, a la sangre salpicando la pantalla) y no parecen la misma persona el Rubén del libro y el Rubén que interpreta (magníficamente bien, por otra parte) José Sancho. El Rubén de la novela es humano, dolorosamente humano. Es clarividente, pragmático (claro que sí, que ya estoy un poco hasta los cojones de románticos que cambian el mundo tumbados en la hamaca de la playa) y poético a la vez, culto, implacable. Seguramente es un especulador y un hijo de puta, y si saliese en los telediarios esposado brindaría desde mi casa porque se pudriese en la cárcel. Pero dentro de su cabeza se está mucho mejor. Navegando por sus ideas, entre la viscosidad de su sustancia gris, las cosas se ven de otra manera. El viejo elefante que se mueve con parsimonia hacia el cementerio, que sabe que aún le queda un buen paseo y quiere disfrutar de las vistas escuchando a Bach. El único que se dio cuenta de cómo eran las cosas a tiempo y dejó de hacer el ridículo con el puño en alto y el jersey Lacoste. Consecuente y honesto consigo mismo. Sensible a la belleza, a cualquier tipo de belleza no solo a la que nos obligan a admirar. Un buen tipo Rubén Bertomeu. O al menos un tipo interesante. Eso es más de lo que se puede decir de la mayoría de la gente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario